martes, 28 de agosto de 2012

Tres días

Llevo una semana sintiendo el miedo en mi cuerpo. Noto como cada uno de mis músculos se contrae cuando piensa en la llegada de ese día 31. Aunque la costumbre de viajar se repita cada mes de septiembre, desde hace ya dos años, el cuerpo no se acaba de acostumbrar a aquello que no es exactamente igual. Porque cada viaje es diferente. Parecido a los ojos de los demás, que te ven una vez más partir de la tierra que ellos saben que tanto amas. Pero que para ellos abandonas. Una noche atrás pensé en mis inicios. Tenía 14 años y soñaba con ir a Cheste. Ese centro tan sobrevalorado que, para una niña totalmente volcada en su mayor pasión -la natación-, despertaría el deseo de seguir conociendo contextos diferentes a los que se supone marcaban el camino tradicional. Ella no quería seguir el camino ya trazado. Más tarde -unos cuatro años-, fue Barcelona la que le descubriría la mayor de sus sonrisas. Enamorada hasta las entrañas de la ciudad, supo que no quedaría en un año el tiempo pasado allí, que volvería, que volveré. Milán no fue lo que esperaba, sin embargo no defraudó, sino que fue oportunidad para volverse a enamorar, esta vez de todo un país. Toda una lengua que, como cantos de sirena, la embarcaron hacia una experiencia que difícilmente olvidaría. Y ahora, a falta de tres días para coger un avión con destino a Irlanda, país al que solo le hizo falta un mes de visita para sentir deseos de retornar, es cuando se asoman de nuevo los nervios precedentes a cada viaje.