viernes, 31 de diciembre de 2010

Reloj de antaño

Es tiempo de balance. Muchos son los que aprovechan estos días para recordar un poco la corta vida de este 2010. Muchos son los que revelan propósitos de año nuevo al viento, pues de aquí a unos meses habrán quedado en agua de borrajas. Pero, ¿y si esta vez los cumplimos? La voluntad con la que comenzamos el año pierde su fuerza cuando el ambiente navideño desaparece con los adornos de Papá Noel, el Belén y la espera de regalos de los Reyes Magos. Por eso entre esas doce campanadas de esta noche le incorporaré la mágica número trece -la de la ilusión-, aquella que me recuerde lo afortunada que me siento cada día de ser quien me ha tocado ser. Porque eso es algo que nadie ha podido nunca elegir. Pido, no, exijo, ilusión para continuar mirando hacia adelante, ilusión para seguir no caminando, sino saltando cada escalón. Y de uno en uno, por mucho que mi costumbre sea de dos en dos. Por eso pido, no, exijo, conservar a la gente que ha estado hasta ahora junto a mí en mis viajes. En mi ruta definida y modificada cada vez que tropezaba en la escalera. Mi balance no podría ser más positivo. Los ingresos superaron a los gastos, y no hablo de dinero, hablo de sonrisas. Perdí la cuenta en cuanto me convencí de que nunca superarían a las lágrimas. Y es cuanto menos paradójico, pues recuerdo más los momentos tristes que los alegres, porque marcan más, porque son menos que los alegres. Y la sensación no podría ser mejor. Pido, no, exijo fuerzas para aceptar que atrás queda una década, que el tiempo pasa y no puedo evitarlo, para que no quiera evitarlo.
Y en algún momento de la noche Mecano continúa describiendo la entrada del año... De un año más.
Esta noche siempre fue noche extraña en la que la alegría no queda contenida, ellos la lanzan, yo la recibo. Quizá  ellos tengan menor oportunidad de recibir que yo, pues siento que me ganan siempre. Pido, no, exijo, que así sea siempre, y que me acostumbre a perder tanto como me gusta ganar.
Pido exigir siempre, y no pedir. Feliz entrada de año.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Sentir que sientes

De ojos azules, cabello rubio muy rizado y siempre lo lleva en la mano, pues depende en gran parte de él. Ella tiene 20 años y siempre ha ido independiente, desde que nació. Pero ella no lo ha elegido, no es una de las personas que estamos en la Vila, que volamos de casa para encontrar el sentido que queremos dar a nuestro día a día. Ella no. Su día a día ya estaba escrito. Aún así, mucho de lo que descubre cuando palpa, cuando siente, cuando huele, es nuevo. En su imaginación se representa como cree que puede ser en la realidad. Ella... Ella es invidente. Vive apenas a cinco metros de mi puerta y ni siquiera nos hemos cruzado en todo este tiempo, hasta que esta semana la causalidad así lo quiso. El primer año de universidad ya dejaba su casa y a su familia por comenzar un camino imagino lleno de obstáculos. "Me dejé el paraguas en el autobús de la facultad... O en clase, o en el bar, o... No estoy segura". Me dijo sin perder la sonrisa, mientras hablaba conmigo bajo el paraguas, las dos andando bajo la lluvia. Me fascinaba tanto la viveza de sus palabras como la atención que le prestaban mis oídos. Un sentimiento gratificante y satisfactorio me recorrió durante los escasos treinta minutos que pasamos juntas. El bastón ahora estaba recogido, lo llevaba esta vez en la otra mano y ya no dependía de él, pues se cogía suavemente de mi brazo, y yo del de ella.
Cada persona esconde una historia, y la magia está en que ésta hay que buscarla en el fondo de ella, no se ve físicamente, no se encuentra en el rostro, hay que tocar, sentir, palpar... Descubrir.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Ilusión

Barcelona está preciosa. Lo están sus calles, adornadas con lucecitas verdes y rojas, verdes en las pantallas de El Corte Inglés, rojas como las letras H&M. En las tiendas, esa música de discoteca, que resulta tan inapropiada para ir de compras, es ahora sustituida por suaves melodías que me traían imágenes y recuerdos navideños. Nostalgia navideña, nostalgia de uno de esos días sin nombre del calendario de diciembre, sentada en el sofá de casa junto a ellos...
Y cuando me di cuenta de que la música seguía no sólo en mi cabeza, sino que escapaba de estratégicos altavoces mientras recorría las calles que envuelven Las Ramblas catalanas, con cientos de personas en mi misma dirección y en contraria, creí soñar. Mis pies se separaron por un momento del suelo, para ver esta postal desde arriba, desde el cielo.
Me dejé llevar por un par de vestidos, me dejé vestir de princesa sin llegar a serlo. Me dejé llevar por el dulce olor del chocolate, escondido en un crêpe y que me pringaba toda la cara. Como una niña con su merienda, como yo con siete años con mi almuerzo de magdalena y onza. La gente sonríe más en Navidad, o quizá es cuando más buscamos la sonrisa. Y de nuevo, volví a sorprenderme, pues un fotógrafo disparaba flashes hacia un modelo que posaba en el cristal escaparate de la tienda United Colours of Benetton. Allí, entre la gente que, como yo, se quedaba un rato disfrutando del espectáculo.
Cómo es que sin darme cuenta, las luces brillaban mucho más, acompañando a la noche que ya estaba aquí.
¿40 silenciosos minutos son suficientes para entablar complicidad con el pasajero que está frente a ti? Un anciano me deseaba... Feliz Navidad.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Arroz con costra

Ha pasado ya y apenas le vi llegar. Tras cuarenta minutos en ferrocarril, un transbordo en Plaza Cataluña para coger un metro dirección Estación de Sans y unas largas cuatro horas y cuarenta minutos de Euromed (no superadas por las cinco horas y cincuenta minutos que tardó el Talgo en devolverme a Barcelona), llegaba el sábado 4 de diciembre a las 22.40h a Alicante terminal. Mi padre me contó que antiguamente se le llamaba a esta estación Estación de Madrid. Yo volvía de Barcelona.
Y pisaba Elche. Después de exactamente dos meses en Bellaterra, llegaba la hija a casa y la acogida no pudo ser más efusiva. Abrazos en plena estación, los besos y las caras sonrientes de mis padres no tenían precio, mi equipaje quedaba en tan segundo plano que casi lo dejo olvidado entre la masa de viajeros que bajaba de los diferentes vagones.
Aunque a esas horas en un día normal estaría en la Vila calentándome el pijama en el radiador, esta vez mi móvil planeaba junto a los móviles de mis amigas la hora h y el lugar x donde poder vernos sin esperar a que pasara un minuto más desde que pisara tierras ilicitanas. Y así pasaron los minutos, las horas y los días, y ahora sigo en la Vila, calentándome la ropa antes de empezar el día.
Me he ido al final. Estos saltos de temporalidad son comunes en películas en las que no importa la linealidad narrativa, la continuidad, como en el caso de mi película.
Por eso flash-back y vuelvo a recordar a mis amigas el lunes 6 de diciembre, en el campo, digno de ser nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, que con tanto cariño lo trabaja mi padre desde que el iaio marchó. Recuerdo también el día de antes, soplando velas en esa misma masía, cuando celebrábamos una fecha que fue especial hace 21 años. Como siempre, el plato típico no pudo ser otro que el arroz con costra que nadie mejor que mamá sabe preparar. Recuerdo a la gente que tuve tiempo de visitar y a la que no, las risas, y las sonrisas que dibujé en mi rostro y que tan intensas fueron que aún perduran. Por ello la nostalgia es el sentimiento que se apodera de mí estas semanas, estos días, estas horas, estos minutos. Porque espero con ansia a que llegue ese bendito día 23 de diciembre, y que me devolverá a mi vida ilicitana durante unas dos semanas navideñas.

Este año más que nunca, espero con ilusión la Navidad...

viernes, 3 de diciembre de 2010

Magia

La que transmiten los niños. Puede llegar a ser todo un chute de energía. Increíble. Increíble el hecho de que la perspectiva del día se ilumina y todo sale bien. Todo va bien, todo está controlado. Puede que haya sido la semana, que comenzó genial (¿porque terminó la anterior genial? Puede.). Nunca pensé que los buenos resultados llegaran tan pronto, lo que sí tengo muy presente es que desde que llegué, el esfuerzo ha sido enorme. Y vuelta a los niños. La clase de natación me da vida, me renueva. Sólo (sí, sólo, siento empatía por la antigua usanza) tendré esos tres cuartitos de hora -a remojo y de pícaras sonrisas-, dos días a la semana, pero serán suficientes, van a ser vitales. Jueves y viernes terminaré la semana ya no pensando en la soledad del fin de semana en la vila, sino que pensaré en el descanso que tomaré para cargar pilas y estar al 100% cada lunes. Cada martes, cada miércoles... ¿No pasa el tiempo vertiginosamente? Asusta, me asusta. Me asusta que pase el tiempo tan deprisa y que no pueda controlarlo, no encuentro el botón de stop. Dos meses en Barcelona y yo todavía creo que llegué ayer. En el tren es cuando da tiempo a pensar en ello, 40 minutos dan para pensar, y éso mismo es lo que hice el miércoles cuando bajé al café Zurich, donde un capuchino de unas rápidas dos horas me conectaron con el "culpable" de que yo sea hoy alumna de la Universidad Autónoma de Barcelona. Una visita ilicitana, una visita "familar" de mi profesor de la UMH.
¿Cómo es que el tren siempre dura 40 min. y ésta vez duró 10? No lo entiendo, no entiendo porqué el tiempo huye cuando estoy a gusto.

"Pero si vas tan rápido... No aceleres en el puente, que quiero disfrutar... En casa."