domingo, 17 de junio de 2012

De melocotón

He sentido la necesidad. Ésa que te impulsa a escribir como si fuera la última carta que la joven que escribe a su soldado, esperando respuesta con el miedo a que un día llamen a su puerta con las pertenencias de su amado. Con esa pasión entregada en un cuantas lineas. Porque sé que vas a leer, en la distancia, y que la voz se te entrecortará conforme vayan tus ojos recorriendo de izquierda a derecha el ritmo de las palabras. Y es que, estando sumida entre apuntes, me levanté de la cama donde habitualmente estudio (y en la que tan acostumbrada estás a verme cuando pasas y miras de reojo a mi habitación) para tomar lo que ya era el almuerzo. Morder ese melocotón me ha hecho retroceder en el tiempo hasta esos veranos en Guardamar, a esa orilla de la playa en la que, al rededor de las 12, me dabas cada pedazo mientras yo jugaba entre las olas. Lo suficientemente ácido como para quejarme, lo suficientemente dulce para disfrutar comiéndomelo. ¿Recuerdas? Tú de pie frente al mar, yo tumbada levantando la cabeza para dar un mordisco, y el romper de las olas sacando nuestras mejores sonrisas, mamá.

'Madre e hijo en la playa', Joaquín Sorolla

sábado, 9 de junio de 2012

Born in the USA

Es la fuerza, la vitalidad, la energía perdurable en el tiempo. Es espectáculo, es magia, es la emoción de la música elevada hasta traspasar las barreras del sonido. Es el arte indescriptible de cada uno de sus golpes de cuerdas de guitarra, la elevación de sus pies al ritmo de sus notas, el movimiento de su cuerpo descontrolado por sus canciones. Milán temblaba el jueves, San Siro botaba forzando hasta los límites la voz de un movimiento fanático, alzando los brazos en una única dirección, la que marcaba el 'Boss'. Pocas cosas hoy en día son capaces de remover tales emociones en las personas, o al menos, tan buenas como las que esa noche levantó Bruce Springsteen. Italianos, españoles, estadounidenses, ingleses. Voces infantiles frente a los arrugados brazos tatuados de yankies rockandroleros. Peticiones de canciones a través de carteles sostenidos por ilusiones y tras los que se esconden ojos repletos de admiración, borboteantes de alegría. 3 horas y 40 minutos de felicidad, cuota más que deseable de alcanzar en una semana, concentrada sin embargo en tan solo en una noche. Dos días después, perdura el éxtasis que el artista hizo penetrar en la sangre. Gracias, Bruce.