lunes, 26 de diciembre de 2011

Rojos y dorados

Se acercaba el día 22. No sabía porqué cientos de personas esperaban con ansia a que una inmensa esfera dorada lanzara una serie de números que traerían consigo descorches de champanes por la tele, euforia incontenida, lágrimas de felicidad. Para mí el 22 de diciembre era el día en que terminaba el colegio y comenzaban las vacaciones de Navidad, llegaban las notas que te daban un toque de atención en la parte de 'problemas' dentro de las Matemáticas, y esperaba con ilusión los regalos que había descrito, al detalle y hacía ya más de un mes, en mi carta a los Reyes Magos y a Papá Noel. En el cole, era el día en que venían los Reyes y sus pajes a traernos chuches, caramelos y chocolatinas a la clase, y que despertaba nuestra ilusión ya cuando los escuchábamos por los pasillos, entrando a las clases cercanas y armando tal revuelo entre los primeros niños afortunados que recibían los regalos antes que nosotros, que casi podíamos mantener el culo pegado a la silla. Recuerdo que solo me interesaban las pastillas de colores, que venían envueltas en plástico transparente, con forma de caramelo alargado... Me encantaban. Llegaba a casa y, esa misma tarde, mi madre ya se había encargado de bajar esa caja llena de luces enredadas, figuritas del Belén, bolas rojas y plateadas, guirnaldas doradas, angelitos y angelotes colgantes, mini cajas de regalos vacías, la estrella que rezaba un 'felicidades' en grandes letras con purpurina y, como no, el verde árbol. Ese abeto de plástico cada año más viejo, cada año más desnudo. Siempre nos ha acompañado las fiestas, y esa tarde tocaba emocionarse decorándolo. El sol iba cayendo y mi ilusión superaba a mi impaciencia cada vez que me topaba con un enredo entre los cables de las luces, me lo pasaba tan bien... Cada año el belén iba reduciendo su magnitud, el cauce del río por el que cruzaban Melchor, Gaspar y Baltasar cada año era más estrecho, hasta que la costumbre se afianzó en el portal del nacimiento, con la única y humilde compañía de una mula y un burro detrás de los bíblicos personajes protagonistas. Lo que nunca rebajó sus expectativas fueron los regalos, que, lejos de su valor económico, eran y son de un grandísimo valor sentimental. Ya podían ser unos simples calcetines los que contuviera el papel marcado por mi nombre, que la sonrisa se dibujaba igualmente. Incluso la sonrisa incómoda previa a la apertura de regalos, esa que sale sin darnos cuenta cuando a mi madre se le olvida que en casa ya no hay niños pequeños cuando grita que ya 'ha venido Papá Noel'. Y cómo me gustan esas sonrisas. Felices recuerdos y, así, felices fiestas.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Tachando números en el calendario

El sol se compadece en este último domingo del 2011 en Milán. El día 22 estaré volando alto, tan alto, que me encontraré más arriba de las nubes, en donde puedes ver que los problemas quedan por debajo de mi cuerpo. Tan insignificantes... Sin embargo, no es la perspectiva lo que les empequeñece, sino que son nuestras aspiraciones las que los agranda. Soñamos con alcanzar no una, sino varias cimas, porque siempre queremos más. Por naturaleza, el hombre siempre quiere más. En cuanto el camino se hace más difícil, más fuerza cojo para seguir adelante, y no contemplo un límite en ese espíritu luchador. Ésta es la filosofía que, no solo he recibido de mis padres, sino que la he aprendido. Cualquiera de ellos debe sentirse orgulloso de que sus esfuerzos no cayeran en saco roto. Nos han cuidado con esfuerzo, y es éste el que marca mi forma día a día, y el que hace que todas las pequeñas cosas tengan para mí un sentido especial y me transmitan una ilusión particular. Es algo parecido a esa sensación que experimentamos cuando percibimos algo a través de unos de nuestros sentidos, y ello nos transmite otro sentimiento a través de otro sentido. Cuando paseo por el Duomo y huelo a castañas, el calor de la chimenea del campo me hace olvidar el frío milanés. Igual me pasa con los recuerdos... Cuando muerdo la manzana a media tarde, recuerdo la manzana que mi madre me acercaba en un platito, mientras estudiaba la lección de Lengua que al día siguiente me preguntarían en el cole. Cuando paseo de su mano, recuerdo la forma en la que mi padre me daba la mano, y que tan acostumbrada estoy a ella, que apenas puedo mantener treinta segundos dándole la mano de forma diferente. Tus dedos por delante, los míos entrelazados por detrás, para protegerme... Como lo hacía él. Y como todavía hoy sigue haciéndolo. Por estos pequeños detalles tengo tantas ganas de volver, a casa por Navidad, a casas por Navidad. Y es que, no solo tu verdadera casa es tu hogar, el hogar se encuentra allá donde sientas que tu corazón palpita.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Patinando entre recuerdos

Sentir cómo tus pies se deslizan por el hielo, sin levantarse para dar pasos. Sentir que tu cuerpo depende del deslizar de tus pies... Sentir el frío que desprende la pista, el calor de los niños que juegan al pilla-pilla y se cruzan en tu recorrido, dando círculos en la misma dirección. Acompañando mi cuerpo al movimiento de mis patines, suaves líneas quedaban grabadas sobre el hielo, y me resultaba inevitable echar la vista atrás para observarlas, poniendo a prueba mi equilibrio. Pensé que no recordaría esa práctica tan dependiente de la concentración, pero no hizo falta más que dos vueltas y un par de tambaleos para gozar de la sensación de disfrute del patinaje. Sentí cómo aumenta la velocidad, reduciendo las posibilidades de frenar a tiempo para esquivar al resto de los que patinan a mi alrededor. Experimentar la sensación de miedo por caer a la dura pista para después perderla, cuando coges confianza tanto en ti mismo como en los pies que te conducen, hizo que la acción callara a la razón y mis pies decidieran por voluntad propia girar, frenar, levantarse, saltar, jugar... Cuatro aventureras más fueron las culpables de que se mantuviera divertida la tarde, y el juego de 'tú la llevas' nos brindaba momentos de risa incontrolable que hacían zozobrar nuestros tobillos. Cuando pierdes ese miedo, cuando más confiado te sientes, es cuando nos lanzamos a hacer cosas que, si lo pensáramos dos veces, podrían quedar en mero pensamiento. Emprendidos a ello, cometemos esos errores que tan gratificantes acaban resultando. Esos errores son los que nos proporcionan momentos de felicidad, concentrados en carcajadas y voces alegres que comentan la jugada, o la caída... Risas que debilitaron mis brazos en cada intento de reincorporarme, y que hacían flaquear mis piernas que comenzaban a empaparse por el contacto con el bloque de hielo. Pero el momento fue tan feliz, que bien cambiaba vueltas y vueltas alrededor de un círculo imaginario por esos choques fortuitos, por esquivar sin éxito a niños y no tan niños, por escapar de las manos que buscan pasar el relevo jugando a 'pillar'. También me embaucaban los suaves giros de las niñas que practicaban en el centro de la pista un elegante patinaje, un baile al son de la música que sonaba en aquella pequeña carpa. Ellas, aisladas de cuantos girábamos entorno a sus movimientos, observadas por cientos de miradas de ilusión, de expectación. Un espectáculo ajeno a ellas, en el que los demás tratábamos de mantener ambos pies en el suelo mientras nos deleitaban las pequeñas artistas que apenas superarían los once años.
La mejor de todas las sensaciones, la vuelta a mi niñez, en la que patinar sobre hielo se convertía en la celebración de cumpleaños y significaba horas de diversión con mis compis de clase. Trasladarme a esa etapa, cerrar los ojos y sentirme en mi cuerpo de trece años, recordarlo todo como lo recordaba en mi memoria.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Prematuro diciembre

'Ya ves, un año más, qué tontería es esa de que "se notan los años"...'
Pero soy muy cabezona, y la idea de que el tiempo pasa vertiginosamente no es fácil de aparcar. Recuerdo los veintiún años con tanta felicidad como recuerdo los veinte, y los diecinueve, y los dieciocho... Pero ya no están. Sé que los veintidós también será positivos, llenos de sonrisas como hasta ahora, de ilusiones por cumplir y de objetivos tachados en esa lista de sueños que todos escribimos mentalmente. Pero es inevitable echar la vista atrás y recordar, a la par de con una sonrisa, con nostalgia esos años que ya dejaste atrás hace más de una década... O de dos. Es inevitable, desear tener doce años y esperar en la puerta del colegio a que tu padre pare apenas cinco segundos el coche y te recoja con la mochila cargada de libros y la flauta de música. Libros de plástica, matemáticas, conocimiento del medio o valenciano, estuche de Mickey Mouse, la agenda llena de garabatos de tus amigos de clase... Cuántas noches he deseado y deseo sentirme niña, sentir la felicidad de forma diferente a la que optamos ahora mismo. La felicidad de la mano de la celebración del cumpleaños de tu mejor amiga en el que no faltaban bocadillos de jamón york y queso o los sándwiches de Nocilla, de días sin clase por un puente en el calendario, de días de deporte extraescolar, de meriendas en el parque, de cine animado en la sesión de tarde, de deberes terminados y lecciones aprendidas para el día siguiente, y de tantas otras pequeñas cosas... Rutinas de las que cada día teníamos queja y que ahora desearíamos poder volver a quejarnos. Cada noche que irrumpe esta nostalgia en mitad de mi sueño intento esquivarla. No porque quiera, me gusta creer que echo de menos mi infancia sin apenas darme cuenta. Si dedico demasiados minutos a esa nostalgia, el echar de menos se vuelve en mi contra y acabo echando de más, sintiendo una impotencia, una inquietud que no puedo saciarla por más que siga recordando años lejanos. Por ello, sonreír cuando veo las hojas de los árboles de Milán caer sobre las aceras me resulta inevitable. Nunca había visto el otoño en su acepción cinematográfica, y nunca lo había visto entremezclarse tan bien con el invierno. Sin una fecha concreta en la que dejar paso a la siguiente estación, al otoño le han acompañado lluvias, nubes y frío, mucho frío. Qué satisfacción resulta comprar ropa de verdadero invierno en España y poder darle uso en Milán. Gorros y bufandas cuanto menos llamativos, que llamarían la atención de viajeros en los metros de Barcelona, que desviarían miradas de peatones en las calles de Elche, o que desatarían comentarios de todo tipo en cualquier ciudad española. Los niños llevan guantes con los dedos de diferente color, gorritos de los que despuntan grandes bolas de lana, jerséis con bordados de los característicos adornos navideños a la altura del pecho, botas de agua multicolores que apenas llegan a la altura del gemelo. La navidad se acerca sigilosamente, desprendiendo aromas de castañas asadas, dulces algodones de azúcar y calentitos gofres con chocolate. 'Un año más, un año menos'.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Agua de otoño

Llueve. Y, según comentan amigos en Facebook, también por España está cayendo una manta de agua. Un tradicional día de lluvia de otoño en Elche, un común día de lluvia en Milán. Me gusta muchísimo la lluvia, los días como hoy, en los que acostumbro a tirar de sofá, película y manta. O al menos en casa, casa. Pero aquí no. En Milán si llueve, la película se convierte en el sustitutivo a un rato más de aburrimiento en casa. No entiendo cuál es el cambio, ése tan radical que ha trastocado las buenas sensaciones que me trasmitía la lluvia tras la ventana. Como hoy, la tarde de ayer fue, si no idéntica, muy similar, y tuve tiempo para indagar en busca de la respuesta. Encontré, entre momentos ociosos, aburridos y desesperantes, la palabra decepción. Puede que sea sólo pasajera, pero el caso es que, sin querer, me topé con ella. Decepción, al sentir que estoy en el lugar en el que siempre he sabido que pasaría una temporada y que, sin embargo, no se corresponde con las expectativas que rondaban alegres por mi cabeza. Sabía que era una ciudad grande, de triste cielo grisáceo, fría... Y aún así, la esperaba con una alegre sonrisa, desde casa. Desde allí, lugar seguro entre el calor de la familia, los juicios son endulzados en gran medida. Desde aquí, la ciudad de la moda resulta extraña. Me inquieta saber que, cantidades innumerables de tiendas, cafeterías, restaurantes, discotecas y demás, existen pero no sé ciertamente por dónde se esconden. Me desespera pensar en las distancias que separan las actividades diarias, cuando siempre he tenido especial cariño al metro, a ese cruce de miradas entre vagones cálidos, a esas historias personales inventadas por mi imaginación. No consigo dar con el culpable de esta sensación. Ahora, pensamientos sin control recorren las neuronas de mi cerebro, desembocando en los axones sin respuesta alguna. Un estado decadente que, sin embargo, siento necesario. Sentir las carencias de aquello que anhelo me produce una profunda satisfacción, un sentimiento de orgullo por todo lo que me rodea desde el tiempo al que alcanza mi memoria. Ello se traduce, en la distancia, en una actitud de valoración del más mínimo detalle en la vida milanesa. Cualquier gesto de complicidad entre las amistades, cualquier muestra de empatía de quienes me rodean, calman esas sensaciones tan desesperantes e inquietas que reproduce Milán. Por supuesto las más gratificantes llegan desde España. Viajan en forma de deseos por volver a ver, de recuerdos cotidianos, de sueños en los que aparecer, en flashes momentáneos, o pensamientos diarios de quienes tienen gran importancia en mi vida, en cualquiera de todas ellas. Sentirse querido es de las mejores sensaciones que consiguen dar los impulsos de fuerza que se necesitan en experiencias como ésta, en distancias como ésta.

sábado, 22 de octubre de 2011

Pompas de jabón

El recorrido mundial de las repentinas noticias que han sucedido en estos últimos dos días tanto en España como en Libia también han hecho parada en Milán, provocando una sensación extraña. Desde el jueves, tanto yo como mi compañera de cuarto -aunque, tras mes y medio de convivencia, ya me permito llamarle 'buena amiga'-, parecemos dos fieras hambrientas en busca y captura de su presa. Qué, quién, cómo, cuándo y por qué son las cinco uves dobles -en inglés- que deseamos conocer para saciar nuestro apetito informativo. Un apetito que prolifera con ecos de que la mayor banda terrorista de la historia de España ha anunciado que deja las armas -aunque no sabemos exactamente dónde- y comienza una etapa de relativa calma. Un apetito que huele la sangre de un dictador cuya muerte grabada en imágenes está siendo el visionado más trillado en el telediario. Llevamos dos días sumidas en una cueva de flujo informativo que, lejos de apartarnos de la actualidad, sí nos aleja de la vida en la ciudad milanesa. La 'dolce vita'... Pero nos puede la curiosidad, nos atrae la saciedad informativa, nos calma saber. Si los telediarios cuentan hechos, nosotras pedimos análisis. Si las imágenes delatan violencia, nosotras pedimos juicios... Somos insaciables.
Entre nosotras, de camino como cada día hacia el metro, especulamos sobre historias que nos llegan desde nuestro punto de origen de esta aventura en la que llevamos más de un mes embaucadas. Esta burbuja llamada 'Erasmus' y que muchos estudiantes creen impenetrable de dentro hacia afuera, pensamiento ni mucho menos acertado. 'Vaya con el 2011'... Y lo que espera inminentemente detrás de la esquina, que une el 19 de noviembre con la nueva era 'post Zapatero'.
Mientras miles de libios celebran la muerte a sangre fría de una persona -atemoriza pensarlo, por muy dictador que ésta sea- más de cien españoles etiquetados en este curso 2011/2012 disfrutan de la nocturnidad milanesa y sus consecuencias. Al días siguiente, despertarán con entre siete y diez fotografías nuevas en sus perfiles de Facebook y/o Tuenti, y con vagos recuerdos de flashes, músicas y amargos sabores en el paladar. De pequeña tenía una especie de bote en forma de tubo, en el que la tapa se enroscaba y tenía forma alargada con un círculo vacío en su final, y que me permitía hacer pompas y lanzarlas al aire. Sabía que las burbujas pronto estallarían, al fin y al cabo, eran de jabón...

jueves, 13 de octubre de 2011

El 13 amarillo

Siento que la necesidad de escribir aparece y desaparece en mí en cuestión de minutos. A veces, cuando siento la inspiración y no estoy frente a mi ordenador, llego a casa y tal ilusión no es tan fuerte como lo era minutos antes. Puede que ni tan siquiera pasen más de diez minutos, pero pasan. Y se llevan las ganas que tenía por describir aquello que me fascinó por un instante. Sin embargo hoy no ha sido así. Me gustan las excepciones, a pesar de que ello conlleve admitir que existe una 'norma general' de comportamiento. Ayer comencé con mi tercera y última adquisición de otra joyita más de Albert Espinosa, 'El mundo amarillo'. Su primer libro de entre los tres que tanto me fascinan -hablo en presente, pues sigo releyendo páginas al azar, y sigo sintiendo la misma sensación placentera que cuando leí las frases la primera vez- me tiene completamente absorbida. Creo que busco cualquier motivo para coger el metro, sentarme, y ponerme a leer. Me siento tan bien cuando leo viajando... Es una sensación muy extraña con la que me gusta lidiar. A veces tardo unas cuantas paradas a sentarme, y aún así, disfruto leyendo de pie. De vez en cuando por el rabillo del ojo observo a ese niño que no deja el culo quieto el asiento que tan grande le viene. Le sobra silla de nalgas tanto izquierda como derecha hacia afuera. Sin embargo el niño no para de moverse, bajarse, ponerse de pie... La madre le riñe sin conseguir nada. La 'nonna' -iaia, abuela, y sus variantes en castellano- le da un caramelo, la chica que tengo a mi lado se ríe con la escena, yo sonrío al peque y vuelvo a lo mío... Es curioso que ni las cosas que más me gusten puedan sucumbir a mi atención, me distraigo muy fácilmente. En realidad creo que es algo bueno, pues lo que me distrae acaba siendo siempre algo también interesante. Vuelvo a Albert. A sus palabras, y me imagino tantas cosas, tantas ilusiones hechas y por hacer, tantos propósitos, que temo que el descontrol se apodere de mí y se haga visible entre los pasajeros del metro. Y por eso al llegar a casa he saciado dos de mis necesitados deseos, escribir aquí, y en el papel. No sé porqué no lo había vuelto a hacer, escribir un diario. Me encantaba hacerlo de pequeña, y, me sigue encantando ahora, de pequeña también. El espacio, más personal que este blog, recoge tantos momentos... Esos que me han hecho sentirme alegre hoy, como la video llamada tan especial de una amiga, todavía más especial es ella-, como esos momentos que han hecho que mi mente contara, irritada, hasta diez antes de cabrearme por las risas y juegos infantiles de un joven en clase.
Hoy es buen día para ello, me gusta el número 13.

sábado, 1 de octubre de 2011

Bajo el sol de... La Lombardía

La tercera semana está llegando a su fin. Dicen que es la más dura de sobrevivir cuando te instalas en un lugar nuevo... Tengo suerte, no ha sido el caso. Desde el primer día que pisé tierras italianas, desde el primer día que llegué a Milán, me he sentido bien. Supongo que la adaptación no es más que otro de los hábitos que se adquieren y se aprenden con la experiencia. Y como toda costumbre, depende también de las ganas e ilusión con la que se afronta el cambio. Comienza un nuevo curso académico, y por fin me encuentro en ese momento de mi vida que he esperado desde que comencé la carrera hace ya cuatro años, en Elche... Luego fue Barcelona... Y hoy, ahora y por un tiempo, Milán. 'La ciudad de la moda', dicen los más fanáticos, 'la ciudad más fea de Italia', dicen los que se las saben todas y ya han descubierto los encantos de la Toscana. Y qué feo pasear por las grandes calles envueltas de esa esencia romana que asalta en el pensamiento... Qué feo sentir el arte y el expresionismo renacentista que se respira en el Duomo, en las iglesias y museos milaneses... Qué feo pasear por el Parco Sempione, siempre frecuentado y ambientado por suaves melodías que acompañan a los movimientos de la capoeira, o a los besos de las parejas, o a las partidas de 'petanque' de los ancianos en la arena... Sí, aquí también juegan a la petanca. Y ríen en italiano, que siempre he creído que las risas son muy diferentes según el idioma en el que las expreses, según la entonación... Y aquí no se habla, se cantan las palabras. Las dulces letras pronunciadas por quien las pronuncie. A oídos extranjeros, las palabras suenan tan bien en otra lengua... Incluso las discusiones son más divertidas. La comunicación corporal toma su máximo protagonismo en las conversaciones entre italianos, como si de una tragicomedia teatral se tratara, los actores se balancean y canturrean de forma tan divertida... Tan 'bella'.

jueves, 25 de agosto de 2011

Rutinas diferentes, como los días

Tras mucho tiempo queriendo escribir no podía demorarme más. Es uno de esos días, el de hoy, en el que sientes la inspiración y deseo de sentarte y soltar gran cantidad de experiencias e ilusiones. Tantas, que obligan a reducirlas en pequeñas dosis, lo que resulta más difícil sintetizar su esencia y muchas pueden caer en el olvido. Sin tan siquiera darme cuenta, el mes de agosto vino acompañado de un billete con destino a Benidorm. Miento, varios billetes. Coger el tranvía cada día era algo que pensaba no me iba a alterar ni pizca mis emociones, pues llevaba casi un año cruzando estaciones, validando tarjetas, recorriendo vías. Sin embargo, me he dado cuenta de que las experiencias no las crea el viajero, sino el viajante. Yo, la viajera, observo cada día a los viajantes. Ellos, cada día unos, viven su vida, reflejando parte de ella en mi imaginación. En cuanto vaya teniendo huecos, iré relatando estos momentos, que sin duda forman parte de la inspiración para escribir estas líneas. El empujón a escribir aquí hoy y no mañana me lo ha dado Albert Espinosa. Gracias, Albert. Estoy disfrutando como nunca de las últimas páginas de 'Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo', y estoy reconociéndome a mí misma. A mi estilo de escritura, a mi forma de pensar, de imaginar. Me estoy encontrando. Aunque siempre he dicho que no busco mi sitio, cierto es que en ocasiones he deseado encontrarlo. Pero tan sólo ha sido un deseo fruto de la debilidad del pensamiento, que se deja llevar por la empatía hacia alguien o hacia algo, y hace tambalear las cuerdas que se encuentran amarradas a tus objetivos. Como si de un funambulista se tratase,y en él la empatía hace que se imagine una barandilla sobre la que apoyarse, para no caer. Un alto en el camino para volver a dar pasos.
Como preveía, el reloj me aprieta y no tengo los minutos que quisiera para seguir escribiendo, aunque lo tendré. Por lo pronto, voy a escribir en otro lugar en que también me siento bien. En el diario.

jueves, 28 de julio de 2011

El sabor de la traición

Amargo. En algún momento de nuestra vida nos hemos sentido traicionados por alguien. Alguien a quien teníamos un gran aprecio, y a quien considerábamos amigo nuestro. Cómo pudo pasar...
Hay cosas que no tienen sentido. He intentado buscárselo, el sentido, pero todavía no lo he encontrado. Aun cuando ha pasado más de un mes, vuelvo a leer sus palabras escritas en un mísero mensaje y me produce una tremenda punzada de dolor en el pecho. Ese alguien era para mí un gran modelo a seguir, un profesional de lo que ocupa parte de mi mundo, mi sueño de ser periodista. Esta persona me enseñó más sobre práctica radiofónica que cualquier profesor, y con él aprendí no sólo esta práctica, sino que consiguió que la vergüenza y la timidez que pudiera tener se viera amenazada por la confianza en mí misma. 'Sonríe siempre', me decía. Cómo seguir ahora su consejo...
Si ya no está. Si quedé tirada en la cuneta cual animal que deja de tener familia en verano. En mi cabeza se repiten los argumentos, un hombre, una chica... Ni uno más, y, por supuesto, ningún sentimiento más que el de admiración y cariño. La teoría de un querido profesor y amigo se cumple: 'Hay personas que considera que toda relación chico-chica, haya la diferencia de edad que haya, tiene cariz sexual. Todavía más si esa relación supone también relación discipular. Y, lo siento, esto es de género, todavía más si la relación es maestro/discípula.' La pregunta de si realmente sus palabras de olvido brotaban desde su más sincero deseo rondan todavía hoy por mi mente. Es el ardor de la mentira lo que ahora me quema, pues durante el año en Barcelona recibí toda una sarta de excusas baratas, que tanto me contentaban, pues mi admiración hacia esta persona permanecía intacta. Fruto del engaño es ahora el odio contenido, pues hasta la luna de hoy, pocos son los que conocen este hecho. Porque todavía no quiero creerlo, no puedo creerlo.

miércoles, 20 de julio de 2011

Burbujitas

De niños creemos en las buenas y malas intenciones, sabemos que los papás nos enseñan siempre a no portarnos mal, y nos castigan si decidimos no hacerles caso. Cuando era pequeña yo sabía que si le quitaba a mi amigo el juguete tanto él como yo acabaríamos con una regañina. Él por perder su objeto de disfrute, yo por ganarme una regañina de la mamá. Sin embargo, mi conducta no pretendía causarle daño a él, sino obtener lo que en ese momento me iba a hacer feliz. Aprendes la lección, e intentas comprender a los demás niños que crees que sus padres les han enseñado como a ti y que, por tanto, podréis llevaros bien y jugar tan anchos. Esta empatía que aprendes te hace considerar que el mal comportamiento es inofensivo, sin malícia, inocente. Crecemos creyendo que nunca se cruzaría la ancha línea que separa al bien del mal. En cambio las cosas cambian cuando crecemos y nos encontramos, en algún momento de nuestras vidas, con personas que no tuvieron la suerte de aprehender lo que nuestros padres trataban de meternos en la cabeza. Tal vez carecieran de este pequeño gran matiz, o tal vez se trate de personas especiales. Hoy lo he visto en ella. Ella tiene cuatro añitos, es tremendamente feliz y felizmente cabezota. Trasmite una alegría con su entornada mirada y su balbuceo al hablar. Ríe aunque no te escuche y te escucha cuando ella quiere. Ella entiende que cuando se quede sin aire, con la cabeza dentro del agua y entre sus dos bracitos que sujetan el churro, ha de girar de ladito la cara y respirar. Y volver a hacer burbujitas y a agitar muy fuerte los pies. Te escucha, y cuando crees que está a punto de bordar el ejercicio, se da la vuelta y te lanza una carcajada. O se enfada, porque a ella no le apetece llevar churro, o porque quiere coger una pelota. Ríe y, a pesar de que trague agua, te mantiene su sonrisa. A veces intentas cabrearte con ella, pero es todo un reto. Es especial. Su capacidad para contagiarte la sonrisa, es mágico. Porque los niños sí creen -creíamos- en la magia.
Ella tiene cuatro años, su nombre es Leire... Y es autista.

sábado, 2 de julio de 2011

'Vacaciones Santillana'

Tan fácil como sentarse en el sofá y ponerse a escribir. Coger papel y boli, dejar por un tiempo esas teclas que te aprisionan diez meses al año, y dejar descansar la vista de pantallas luminosas para volver a tener la sensación de cuando tenías siete años. Cuando llegabas a casa con la mochila a la espalda, una mochila que, a pesar de su inmenso tamaño, guardaba tan sólo un par de libros de lengua, de conocimiento del medio o de cualquier otra materia que tan lejanas se nos han quedado. Tenías ganas de que llegase el verano, porque descansarías de dar esas clases que tan largas se te hacían, en las que cada minuto que pasaba se lo restabas al tiempo que quedaba para la hora del recreo. Ese recreo en el que los chicos jubaban al fútbol, las chicas intercambiaban cromos o hacían corrillos en los que a cada bocado del bocadillo le acompañaba el cotilleo de quién estaba por quién. Pero los chicos pasaban de esas cosas. Las niñas siempre nos fijábamos en los niños, ellos pasaban de nosotras. Cuánto cambian las cosas cuando te echas años encima.
Ahora recordamos con nostalgia esa época en la que nos vestíamos de formas que ahora nos parecen ridículas, pero que en aquellos años noventa y tantos no lo parecían. Recordamos ese verano de mañanas en la playa, en las que la mami desde la orilla peleaba contigo para que comieras el melocotón a eso de las 12 del medio día. Y ahora nos empecinamos en creer que nuestra vida emocional depende en gran parte de esa desconocida red virtual que nos conecta a todos y nos tiene cogidos no precisamente de las manos.
Aunque ahora se mantenga el escenario, las condiciones han cambiado. La playa pasa a ser más anhelada que ocupada, y el tiempo verdaderamente libre ya no abarca los tres meses de verano, sino los quince o treinta días de vacaciones laborales. Luego volvemos a la rutina de madrugar, de límite de horarios... De volver a teclear.

miércoles, 8 de junio de 2011

Benvenuti

No importa la hora, o sí, pero qué más da. Cuando los dedos piden teclear, a ver quién es el guapo que los frena. Y escribir, y planear, y perder el tiempo... Por fin, ya tocaba, ¿no? Por fin las clases llegan a un final que exige demostración, el final no llega solo. Llega pidiendo que eso que has aprendido, que lo pongas en práctica. Practica... Qué bien suena. Cuánta ilusión lleva consigo el término, cuánto contenido implícito. Ahora estamos como locos buscando un medio en el que mover un dedo, intentando contagiarnos de algo que huela mínimamente a trabajo, a realidad. El periodismo en estado puro, y no como lo aprendemos en esa urna, escaparate, y desde un cristal que nos impide regocijarnos en él.
Profesores tan ansiosos de terminar la tarea bien hecha -por aquello de 'lo bueno si es breve...'-, como nosotros han sido los causantes de estas vacaciones anticipadas. Vacaciones que, a riesgo de ser declinadas por esa bonita palabra, 'prácticas', vienen acompañadas de lluvia y aroma de verano. 'Como una tarde de julio, pero con frío y tronando...' que dicen algunos.
Nos pasamos el resto del año pensando en proyectos y ambiciones que dejamos aparcadas cuando de verdad tenemos tiempo para dedicarnos a ello. Nos llenamos la boca de condicionales frustrados por las ganas de desprendernos de toda responsabilidad laboriosa y disfrutar, por las ganas de reír, de divertirnos... De perder el tiempo. De perderlo sin miedo a no encontrarlo. De perderlo sin preocuparnos de buscarlo... De querer perderlo.

Ciao ciao, le vacanze estive

martes, 3 de mayo de 2011

Las lluvias que han mojado... desde

Desde que vine a Barcelona, e incluso desde la última vez que escribí en este blog. Tanto ha llovido como hoy llueve en Bellaterra, las piedras de granizo rebotaban en las ventanas, impidiendo que la clase terminara, anticipando el final de la jornada.
Desde la noticia de un objetivo que marcaba mi vida universitaria, y que se cumplirá el año que viene en Milán.
Desde que he comenzado a escuchar en vivo a los maestros que aconsejan a mis pasos, en esta ambición periodística que tan ilusionada me tiene. Cada día más. Y cada día más, también, me separo un poquito de allí... Porque la vida aquí me gusta. Me gusta salir y ser una desconocida. Me gusta que cada fin de semana sea diferente. Me gusta que mi vida tenga una banda sonora original cada semana. Y tener la posibilidad de que me la canten en directo, a escasos dos metros de mí... Me encanta. Y en algún momento de la próxima sintonía susurrará 'Copenhague'.
No, el dinero no da la felicidad, explícitamente, pero sí la compra en pequeñas cápsulas. No, no he olvidado. Recuerdo y sigo echando de menos lo que allí he dejado... Aparacado, no en doble fila, pero sí con la intención de arrancarlo de vez en cuando. Porque al estar aquí, su valor se ha multiplicado por dos, y la nostalgia sigue apoderándose de mí en ocasiones.
Vivir intensamente, disfrutando del día a día y darme cuenta en el caso de que así no sea, para poder coger las riendas y dar la vuelta, es la tónica que me repito al despertarme. La sonrisa puesta desde que mis pies pisan el suelo de mi habitación, creo que es el mejor momento de pintarla, pues está protegida, está segura. Una vez salgo a la calle, todo puede pasar. En cada minuto que pasa de mi reloj de los Beatles pueden haber obstáculos que hagan flaquear mi vitalidad, mi fuerza, mi ánimo... Mi sonrisa. Haberlos haylos, y me alegro. Sin ellos, sin momentos difíciles, no hay momentos fáciles. Sin momentos tristes, no hay momentos felices. ¿Cómo valorar si no una sonrisa cuyo destino se dirige hacia mí si, no he visto antes unas lágrimas o un gesto afligido, melancólico?
Superación es la palabra. Seguir luchando es la frase. Y luchar por vivir aquello con lo que sueñas es la clave.

jueves, 10 de marzo de 2011

Mirada lúcida

Todavía tengo la carne de gallina. Hoy es uno de esos días en los que haces un alto para revisar las gafas a través de las cuales ves el mundo. Hoy he revisado mis gafas. Y lo he hecho incitada por alguien a quien apenas conocía, Arturo Pérez-Reverte. Más que vergüenza, me da rabia no haber conocido antes a este escritor y ex periodista, pues las palabras que hoy salían de su boca dejaban la mía entreabierta. Esta mañana, en el Aula Magna de la Facultat de Ciències de la Comunicació de la UAB, a pesar de no ser muy grande, no quedaba butaca vacía para uno más. Incluso el suelo acogía las miradas de quienes como yo, olvidaban el frío suelo sobre el cual se aguantaban las miradas que se posaban fijas en el escritor.
El comienzo ya predecía un coloquio sorprendente, pues ha amasado el término que según él es clave para mirar el mundo de forma lúcida, 'la cultura'. Quien ha construido un mundo a través de los libros, quien conoce historias y personajes que puede encontrar en el mundo real, está preparado para vivir la realidad. En el momento que ha asegurado que él se lanzó al mundo con la intención de encontrar esos lugares y personajes que había leído antes, he tenido una reminiscencia de lo más intensa. También yo los buscaba, también yo quería creer que en la vida existen esos personajes 'el villano, el cobarde, el héroe, las chicas, los viajes...' Un escalofrío me recorría de mis fríos pies hasta mi serena cabeza cuando aplicaba la teoría a situaciones de la vida real. 'Amamos a alguien sabiendo que ese amor puede terminar, volamos en un avión sabiendo que puede fallar'. Empecinado lo defendía, cuando su compañero de mesa, Jacinto Antón -periodista actualmente de El País-, le preguntaba que si era capaz que amar a alguien sabiendo que ese amor iba a terminar. Lo que además ha llevado al escritor cartaginense a relatar una anécdota fidedigna a su filosofía. Y es que, según nos contaba, una vez hizo un viaje en avión, y parece ser que hubieron fuertes turbulencias, por lo que la gente se alarmó bastante y comenzó a gritar. 'Pensé que toda la vida preparándome para morir dignamente y al final voy a morir entre gente gritando'. Él, que tenía asumido que los aviones pueden fallar, pueden estrellarse. Él no gritaba, y sin embargo, conocía los posibles finales de ese episodio.
Reverte lanzaba su visión particular del periodismo al que nos dirigimos, un periodismo 'que ya no conmociona' y del que se desprendió hace unos 20 años. La propia experiencia daban la veracidad a cada una de sus expresiones, ya que éste ha relatado cómo se mediatizó el conflicto de Sarajevo, cuando pasó allí tres años viviendo toda serie de situaciones y las más desagradables experiencias de su vida. 'Yo enseñaba a los muertos, a las mujeres violadas, a los niños mutilados... Y todo eso conmocionaba sólo unos segundos'. Es triste pensar que algo tan impactante se pueda quedar en el olvido al cambiar el canal de televisión. Pero es así, sucede que el corresponsal se ha convertido en lo que las empresas quieren, 'quieren bustos parlantes, que cuenten lo que está pasando que te llega por una nota de prensa y no cómo se está viviendo'. Si bien ha asegurado que los periodistas están bajo las órdenes de las empresas, que el mundo empresarial abduce al de la información, también ha afirmado que los periodistas que asumen que esta es la realidad y aún así luchan por el buen periodismo, se sentirán satisfechos de conmocionar a aquellos que les quieren. Solo a ellos. A tus familiares y amigos que se preocupan de si estás vivo mientras caen detrás de ti civilizaciones y años de lucha por los derechos humanos.
Cómo no, las redes sociales han salpicado en esta conferencia. Da miedo el twitter, 'ya no puedes tener una charla entre amigos, dices algo y al día siguiente te sacan en el informativo'. Cierto. Soy de la generación internet pero creo, al igual que Reverte, que han desplazado al periodista de la esencia de su trabajo, ya que ha desprestigiado el cómo sustituyéndolo por el qué. Ha tocado mi fibra. El periodismo al que quiero dedicar todas mis emociones es al que sea capaz de conmocionar, de provocar sensaciones, de trastocar a una persona y no dejarla indiferente. No quiero ser un altavoz de un teletipo. 'Eso dependerá de las bocas que tenga cada uno por alimentar'. Bravo.

domingo, 6 de febrero de 2011

Cuando respiras

Pasan esos momentos de estrés y ansiedad que yo solita construyo cada vez que mi cabeza puede calcular la fecha del próximo examen. Ya se ha acabado -por el momento- esa necesidad de administrar el tiempo en busca de la máxima eficiencia, y que tiene las consecuentes repercusiones en mi estado anímico. Ya puedo respirar. Hay quien dice que exagero. No exagero. Pobres sufridores en silencio son ellos, que esta vez les ha tocado seguirme desde lejos, a más de 500 kilómetros de rayas blancas y asfalto enervado. Me desvivo. Si consigo algún día cambiarlo, sé que mi primera sonrisa brotará como si ella, de ojos azules y cabello rubio, la estuviera arrancando de mi boca. Porque cuando yo tengo un examen, ella no tiene luna.
Esta vez ha sido algo diferente y, aunque no ha faltado el momento de agobio, conseguí ganarle la batalla a la ansiedad. Nada de llantos, sino de lágrimas de fácil absorción. Nada de gritos y malas respuestas, sino de voces con regulador de volumen. Una muestra más de crecimiento, del sonrosado tono que Barcelona consigue pintar sobre ese verde manzana que tenía mi experiencia cuando llegué. Me sorprende que yo sepa que ésto ocurre poco a poco, y que, sin embargo, no soy realmente consciente de ello hasta que no echo la vista atrás y veo el camino recorrido.
Estas cuatro paredes van a perderme un poco de vista, pues no quiero hacer esperar ni un minuto más a lo que veo tras mi ventana.

martes, 11 de enero de 2011

La novedad

Unas semanas bastan para darme cuenta de lo bien que se está en casa. De lo mucho que los necesitas, pero también de lo mucho que ellos te necesitan a ti. Desde el 23 de diciembre hasta el 10 de enero he exprimido al máximo los segundos, para que en momentos como el de la noche de hoy -11 de enero-, recuerde con una sonrisa cada uno de esos 19 días en casa. Cualquier gesto de cariño era elevado al mayor exponente. Experimenté muestras de amor exacerbado, fruto de esos sentimientos que viven escondidos cuando tienes cada día a esas personas. Pero esta vez, las riendas estaban sueltas, el sentimiento pedía salir... Y es ahora cuando pienso precisamente en ello, en que el cariño está minusvalorado. Como si de un vicio se tratara, ha de faltarnos para necesitarlo aún más.
También ha habido tiempo para echar de menos Barcelona. Es fácil decir que echo de menos todo aquello con lo que he vivido durante años, y a todas aquellas personas que han formado parte de mi vida cada día en Elche. Pero no lo es tanto acordarse de la novedad, aquello que, aunque no fuera como esperabas, te acaba de invadir por dentro. 
¿Es posible echar de menos algo que nunca tuviste antes? Y es que, como aquel que dice, "a veces buscamos cosas sin saber lo cerca que las tenemos".