martes, 17 de septiembre de 2013

De Irlanda a Milán

No recuerdo haber estado nunca tan feliz.
Es un buen comienzo.

Volví el 31 de mayo de Irlanda, en donde conviví y trabajé como au pair durante nueve largos meses con una familia que, amén de intentar que yo me sintiera como una más de la familia, tenía tres pequeñajos a los que echo mucho de menos. Me trataba muy bien, aunque a veces se excedía en tareas que encargarme y bien podría haber abandonado antes la experiencia, puesto que el lugar no era el más indicado para poder relacionarme con autóctonos. Más bien lo hacía con el entorno animal; las vacas, los caballos, eran mis vecinos. Decidí cumplir con el compromiso de los nueve meses que habíamos apalabrado a través de skype meses antes de ir, con la premisa de 'total, en España tampoco tengo mucho mejor que hacer (todavía)'. Y así fue. Regresé con las ganas de reencontrarme con ella. Esa piscina de la universidad que tantísimo me gusta. Y con ellos. Esos monstruitos de la Escuela de Verano que no hay día que no te saquen más de una sonrisa. El verano ha dado para mucho más, pero eso me lo reservo, y apunto que ha sido increíble. 

Ya en junio recibí el aviso de que me habían concedido la Beca Leonardo da Vinci  –prácticas internacionales– y que mi país destino era Italia. La bella Italia. Tendría la oportunidad de volver a este país del que siempre he estado enamorada. Además, meses después, me dijeron que volvía a Milán. Y, desde que hice la estancia Erasmus hacía ya un año, había querido rehacer el sabor de boca que me dejó la experiencia, no demasiado buena.

Pero ahora estoy aquí. Y, desde que pisé Milán, las huellas pasadas se han ido borrando sin apenas darme cuenta. El mismo lugar, la misma gente, el mismo aire, y sin embargo, me parecía una ciudad totalmente desconocida. Jamais vu, que lo llaman, el fenómeno opuesto al déjà vu. 

Hasta ayer, todo era casi perfecto. Remarco ese 'casi'. Pero ayer lunes comenzaban mis prácticas y, como era de esperar, pasé la noche medio en vela. Cerraba los ojos pero no dormía, y así durante horas.  La UAB (Universidad Autónoma de Barcelona) no nos había dado mayor información a Eva –otra chica española que también realiza las prácticas en Milán en la misma empresa que yo–, y a mí sobre nuestro nuevo lugar de trabajo. Tan sólo que se trataba de una empresa de comunicación online en la que deberíamos ayudar con tareas de este ámbito. Llegó la mañana y, para nuestro asombro, descubrimos que la empresa la forma una sola señora. También existe la publicación en papel, pero su edición no se realiza en la oficina en la que nos habían destinado, así que allí nos encontrábamos las dos ragazze, delante de una capo que nos preguntaba que a qué queríamos dedicar el período de prácticas. Pensamos que era una tendida de mano, una primera toma de contacto para hacernos sentir más cómodas, pero esta idea se esfumó cuando nos preguntó qué horario queríamos tener, y que cuánto tiempo teníamos pensado quedarnos allí. La falta de profesionalidad todavía no nos había abatido el ánimo del todo, y nos pusimos a indagar un poco en estas prácticas en las que habíamos puesto toda nuestra ilusión. Efectivamente, la empresa se dedicaba a la gestión de una página web de un diario, pero esta amable señora se dedica a actualizar la información que ya viene predeterminada en la web. ¿Y nuestra tarea? Ayudarle a poner al día el archivo. Ni más ni menos. Un trabajo que difícilmente nos va a satisfacer ni a dar ningún progreso en nuestra formación profesional. Porque estas prácticas son de primer curso de carrera, no son para un licenciado en Periodismo. Yo no esperaba que me dieran un micro o que me pusieran delante de una televisión, pero sí esperaba poder aprender de profesionales que trabajaran más de cerca con la actualidad informativa.

Así pues, transmitimos esta situación a la UAB, puesto que tampoco sabemos si ella está al corriente de dónde ha mandado a sus alumnos: a realizar una estancia de prácticas que se aleja bastante de una experiencia enriquecedora. Su respuesta, esperar dos semanas a ver cómo evoluciona la situación. Poco satisfactoria aunque con la esperanza de que, si en dos semanas la cosa no cambia, hay una pequeña posibilidad de cambiar de empresa, si se logra encontrar una que acepte la acogida.

Ecco qua.