jueves, 4 de octubre de 2012

Dos años

hace que conté el primer viaje aquí. 'Día 1' es la entrada que escribí el 4 de octubre de 2010, desde la ventana de mi habitación en La Vila Universitaria, mi residencia durante mi paso por Barcelona. Lo recuerdo perfectamente, me sorprende la poca capacidad que tengo para retener hechos del día a día y la gran capacidad en cambio para, aparentemente, detalles insignificantes. Y esa semana llovió. Hoy escribo viendo llover, pero una lluvia que, aunque moja igualmente, no se parece absolutamente en nada. El sol se mira con una sonrisa cada vez que se asoma y a la lluvia se le muestra la indiferencia con tan solo un chubasquero. Ni siquiera paraguas, todavía no he visto ni uno. Lo que aquí es común, habitual, para los forasteros es una prueba de adaptación, y tema casi automático en cualquier diálogo de presentación. '¿De España? Oh, debes de echar de menos el sol y el calor...' Pues claro. Estamos caracterizados por el sol. Somos diferentes. La misma pasta, el mismo molde, pero diferente contenido. Mientras ahora escribo, tres lluvias interrumpidas han caído tras los cristales, y la familia que me acoge va a té por cada una de ellas. Diferentes costumbres, ni mejores ni peores, diferentes. También aquí me las he apañado por conseguir una bici, como en Milán el año pasado y en Barcelona hace dos, lo que me hace sentirme orgullosa de esa 'dependencia' hacia el deporte. Quien ha sido o es deportista sabe de lo que hablo. Diferentes modos de ver la vida cotidiana, en sus casas tan bonitas por fuera, tan desordenadas por dentro. Creo que la mía es la casa más limpia y ordenada que he visto desde que llegué a Castlebar, y cada día pateo sin darme cuenta calcetines, una pieza de puzzle o uno de los trenes que el pequeño Luke tiene repartidos por cada una de las habitaciones de la casa. Resulta difícil encontrar verdaderamente un lugar en el que puedas sentirte realmente como en casa, habiendo coincidido a través de una red social, siendo completamente desconocidos -tanto yo para ellos como ellos para mí-. Pero es así como me acogen, no soy una simple au pair que vive en casa cuando termina de su hora de cuidar a los niños. Soy o, al menos quieren que sea, como una hermana mayor. Una más en la familia.
Podría terminar aquí, pero me mordería los labios si no pudiera decir que, una vez más, lo que más echo de menos, lo que me hace sentirme afortunada al vivir estas experiencias, es mi familia.