miércoles, 20 de julio de 2011

Burbujitas

De niños creemos en las buenas y malas intenciones, sabemos que los papás nos enseñan siempre a no portarnos mal, y nos castigan si decidimos no hacerles caso. Cuando era pequeña yo sabía que si le quitaba a mi amigo el juguete tanto él como yo acabaríamos con una regañina. Él por perder su objeto de disfrute, yo por ganarme una regañina de la mamá. Sin embargo, mi conducta no pretendía causarle daño a él, sino obtener lo que en ese momento me iba a hacer feliz. Aprendes la lección, e intentas comprender a los demás niños que crees que sus padres les han enseñado como a ti y que, por tanto, podréis llevaros bien y jugar tan anchos. Esta empatía que aprendes te hace considerar que el mal comportamiento es inofensivo, sin malícia, inocente. Crecemos creyendo que nunca se cruzaría la ancha línea que separa al bien del mal. En cambio las cosas cambian cuando crecemos y nos encontramos, en algún momento de nuestras vidas, con personas que no tuvieron la suerte de aprehender lo que nuestros padres trataban de meternos en la cabeza. Tal vez carecieran de este pequeño gran matiz, o tal vez se trate de personas especiales. Hoy lo he visto en ella. Ella tiene cuatro añitos, es tremendamente feliz y felizmente cabezota. Trasmite una alegría con su entornada mirada y su balbuceo al hablar. Ríe aunque no te escuche y te escucha cuando ella quiere. Ella entiende que cuando se quede sin aire, con la cabeza dentro del agua y entre sus dos bracitos que sujetan el churro, ha de girar de ladito la cara y respirar. Y volver a hacer burbujitas y a agitar muy fuerte los pies. Te escucha, y cuando crees que está a punto de bordar el ejercicio, se da la vuelta y te lanza una carcajada. O se enfada, porque a ella no le apetece llevar churro, o porque quiere coger una pelota. Ríe y, a pesar de que trague agua, te mantiene su sonrisa. A veces intentas cabrearte con ella, pero es todo un reto. Es especial. Su capacidad para contagiarte la sonrisa, es mágico. Porque los niños sí creen -creíamos- en la magia.
Ella tiene cuatro años, su nombre es Leire... Y es autista.

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