sábado, 9 de junio de 2012

Born in the USA

Es la fuerza, la vitalidad, la energía perdurable en el tiempo. Es espectáculo, es magia, es la emoción de la música elevada hasta traspasar las barreras del sonido. Es el arte indescriptible de cada uno de sus golpes de cuerdas de guitarra, la elevación de sus pies al ritmo de sus notas, el movimiento de su cuerpo descontrolado por sus canciones. Milán temblaba el jueves, San Siro botaba forzando hasta los límites la voz de un movimiento fanático, alzando los brazos en una única dirección, la que marcaba el 'Boss'. Pocas cosas hoy en día son capaces de remover tales emociones en las personas, o al menos, tan buenas como las que esa noche levantó Bruce Springsteen. Italianos, españoles, estadounidenses, ingleses. Voces infantiles frente a los arrugados brazos tatuados de yankies rockandroleros. Peticiones de canciones a través de carteles sostenidos por ilusiones y tras los que se esconden ojos repletos de admiración, borboteantes de alegría. 3 horas y 40 minutos de felicidad, cuota más que deseable de alcanzar en una semana, concentrada sin embargo en tan solo en una noche. Dos días después, perdura el éxtasis que el artista hizo penetrar en la sangre. Gracias, Bruce.


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