sábado, 14 de abril de 2012

La belleza del gris

Parece que es igual, pero no lo es. Suena 'Dakota', las 12.40 am y el sol hace engaños de asomarse entre las nubes del cielo de Milán. El camino de partida ya resulta todo un reto, la gente llega del mercado y la boca del metro de final de la calle recibe tanta gente como la que despide. Niños con pistolas de juguete en las manos, corriendo, pero no de la misma forma a la que te dispones tú, se entrecruzan en tu paso, y alguna que otra de esas bolsas verdes que contienen frutas y verduras recibe media patada al intentar esquivarla. Pero la música compacta los oídos impide tan siquiera mirar atrás. Los pies se elevan mientras la mente interioriza 'que la vida pasa de momento', es entonces cuando sientes que la velocidad ha puesto en marcha su contador. El corazón late, no solo con fuerza, sino con una rapidez que hace disparar tus alarmas y tus convencionales creencias de lo que debería ser el ritmo cardíaco normal. Pero la música también bloquea ese miedo... Y te empuja a agitar más los brazos arriba y abajo, a levantar más las rodillas. Entre nuevas sensaciones de fortaleza y energía, vienen a la cabeza recuerdos de emociones semejantes en tiempo pasado. Ese tiempo en el que el agua, la natación, ocupaba la gran parte de tus pensamientos y necesidades. Ese tiempo en el que el sacrificio ya no era un simple rato con los amigos o un tiempo de relax en el sofá, sino que un examen debería conformarse con una calificación más baja, o la familia tendría que esperar unas horas para poder estar al completo. Ese sacrificio a veces no recompensado pero que, en caso contrario, pocos han podido experimentar tal sensación de felicidad completa. Es en este momento también cuando el corazón alterna sístole y diástole con alguna lágrima nostálgica. Y la música, con ese sexto sentido que nos empeñamos en destacar de algunos seres humanos,  pone banda sonora a los recuerdos, 'y el significado es abandonado, toda la inocencia perdida de una vez por todas'. Te das cuenta de cuánto has vivido, de cuan intenso ha sido lo vivido y, de cuánto añoras.

En el parque, el olor a hierba mojada y el barro cubriendo los deportivos despistan por un momento a tu mirada, que se mantenía clavada en el verde de curvas montañas. Cuando corres solo, sin nadie a tu al rededor, tu cerebro identifica una línea de meta anclada en un tiempo determinado. Y el camino se hace mucho más largo... En cambio, cuando alguien aparece en tu campo de visión, cuando identificas tu misma actividad física en el cuerpo de otra persona, la competición se apodera de ti. Sientes la necesidad de batirte en duelo, de mantener la velocidad y sobrepasarla en cuanto se precie la ocasión. Era joven, un joven. Corría delante porque los caminos se cruzaron en su recorrido antes que en el mío. Sigilosa para la realidad de ahí afuera de mi cabeza, toda una orquesta dentro de ella. Pero él no se da cuenta, también lleva los cascos que le elevan de la tierra varios palmos de altura. Es genial volver a sentir que vas 'chupando rueda' y que el esfuerzo físico disminuye sin por ello rebajar un metro por segundo la velocidad de tu cuerpo. De tus piernas hacia adelante y hacia detrás, de la cabeza intentando permanecer erguida y con el pelo bailando entre el viento a su aire. Y de repente suena aquella canción que te da el impulso para coger el aire justo para adelantarle, suena ella. Ella que te da sus manos... Resulta curioso que los recuerdos nunca cesen, y te hagan el esbozo de una sonrisa más, cuando vuelves a verte en esa piscina, en esos entrenamientos en los que el 'chupar rueda' del de delante constituía un gran aliento para mantener los tiempos en cada serie. Todo ello desvanece en menos de lo que dura un minuto, pues todo ello ya quedó atrás hace mucho y no tanto.

Ahora, bajo el cielo gris de Milán, la lluvia comienza a caer con poca fuerza, mucha menos de las que te quedan en el cuerpo, alimentado por el éxito de la carrera. Y es que, 'este no es un mundo en blanco y negro, de estar vivo. Yo digo que los colores deben girar. Y yo creo que, tal vez hoy, todos vamos a llegar a aprender la belleza del gris'.

4 comentarios:

  1. Desde las Islas Afortunadas14 de abril de 2012, 21:35

    Lo gris es un indicio de alegría. Después de toda tempestad, SIEMPRE viene la calma

    ResponderEliminar
  2. Y no hace falta tampoco que se dé ese indicio. La alegría viene cuando es bien recibida.
    Me gustan esas islas :)

    ResponderEliminar
  3. Me encanta la entrada, cariño, no la había visto.

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias cariño :)
    Me alegro mucho de que te guste! ;)

    ResponderEliminar