sábado, 26 de enero de 2013

El insomnio es para valientes

Tenía un libro entre mis manos. Ya era tarde, lo suficiente como para que el reloj ya no me importara. Acobijada sin ser arropada, metida en la cama, enfundada con mi perfectamente imperfecto pijama. La parte de arriba yo, la de abajo ella. Yo aquí, ella en casa. Tenía un libro entre mis manos, y ya había desconectado de ese mundo que me acerca al otro lado del charco a través de una pantalla. Tenía un libro entre mis manos, como cada noche. Cada madrugada, línea a línea voy leyendo, y ellas me empujan al cierre de los ojos. Hacia el dulce sueño, hacia ese momento que rápido pasa y que a su paso trae el despertar de mañana. Sin embargo esa noche las palabras no hacían más que mantener una llama en mi cabeza. Cada frase anterior me enganchaba a su siguiente. Cada punto y aparte se convertía en punto y seguido. A cada punto y seguido se sumaban dos tras él. Los ojos más abiertos, la noche más cerrada. El reloj olvidado, de los silencios menos preocupada. Mi cuerpo quizá sí, pero mi mente ya no se encontraba entre sábanas cálidas, entre almhoadas frías. Esta vez ya no rebuscaba entre mis recuerdos, ya no discutía con mi ego, ya no callaba a mi Pepito Grillo. Esta vez el insomnio trató de sorprenderme, pero me cogió con un libro entre las manos.

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