lunes, 11 de marzo de 2013

Morada

Si me pidieran tan sólo una palabra para ella, morada.
Inteligente, diferente, soñadora, morada. A veces arriba, a veces abajo. Muy ilusa, muy vaga. Pero para lo que no le interesa. Si se siente segura, lo notarás, si se siente incómoda, también. Porque ella no se lo calla, no se calla. Ella no habla, sino relata. No grita, es su voz que tiene garra, es una as de la baraja, se la sabe de memoria. Dice lo que quiere porque siempre tiene algo que decir y, si no lo tiene, se lo inventa y te lo cuenta. Cuando cuenta canta cuanto cuenta, y te lo cuenta y te lo canta y a la quinta, tú cantas con ella. Con más lágrimas que el mar, con más noches que la Luna. Ella por sí misma brilla, pero brilla para ti y a veces hasta por ti. Otras sin embargo porque sí, y es capaz de no encontrarse en la más completa oscuridad. De perderse entre la luz, de llegar al sol, de alumbrar Japón. Se pierde, pero está. Puedes ver, si te acercas a ella, sus dos tiras moradas mezclándose con el resto de su cabello, la goma -qué si no morada-, del pelo con la que lo apresa, en su muñeca. Morada y enamorada. Por su dulce vicio, de su amargo placer. De la vida que le espera, de cualquier tipo de ser. De cualquier tipo de piel. De color morado. Como todo lo que rodea su cuello, como lo que cubre sus pies. Morada de remate, morada en cualquier parte pero siempre, morada con mucho arte.

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